viernes, 21 de septiembre de 2012

Espero, siempre espero, a que me amen de nuevo.



"(...) pero la soledad me recuerda quien soy"
 <Versos tweeteados (no más de 140 caracteres) de Francisco J. Picón>


Es bastante extraño sentir esta honda inquietud.
La misma que podría tener una tortuga de mar que sale del cascarón, que corre no sabe a dónde salpicando arena hacia atrás para conseguir el mar por delante, para vivir.

Esta necesidad, una vez pasados los años, no cambia por más que lleguemos exhaustos cada día y el sofá sea el recline que nos espera, la única meta donde nuestro cuerpo se desvincula de un "somos" de pensamiento y acción; ansiando, la mente, quedarse tan plana y dura como un suelo de hormigón.

El camino, el largo camino de ida y vuelta, mínimo diez viajes semanales mirando por la misma ventanilla del autobús número 3, estampando contra ella imágenes que se disuelven una tras otra, nos presta la aventura de imaginar (para quien no ha perdido las facultades por completo) mil vidas mejores y ninguna propia. Hasta que llega la parada donde es necesario bajar y sacar los candados que se clavan uno a uno a aquellos posibles sueños.


Que mayor esclavitud, la de mirar alrededor y comprender todas las palabras, saberse un extenso vocabulario y, sin embargo, hablar un idioma tan diferente como para ser extranjero hasta de las cuerdas vocales que visten la garganta.

Es un castigo lento y doloroso.

No soy lejana. Tampoco soy una mujer cercana. 
Simplemente soy y estoy hecha de un idioma diferente, de un silencio aterrador que se rompe con las hadas, y con los extraños seres que me rozan los dedos y me agarran en esa voluntad de amasar las nubes, contemplar como piratas un mar rojo o un lago rosa.

Ya no me asusta el paso del tiempo.
Me asusta que pases tú, y no te quedes a mi lado; y me asusta no saber cómo decir que te quiero, que las palabras las trago antes de pronunciarlas y luego no hay quien las encuentre. Siempre tengo el miedo tiñendo los ojos, el mismo miedo de "un carne roja" cuando se acerca el cazador para rematarlo con un machetazo para ahorrar en munición.

Mi reloj no hace tic tac, hace un intermitente tic que molesta. Mi corazón no hace "pompóm", da tumbos descompensados y acelera y desacelera hasta quedarse dormido de vez en cuando. 

Cantaba a escondidas, rezaba en público, y soñaba bajo las sábanas.
Ahora canto a todas horas, me escondo del público, y bajo las sábanas dejo el colchón desnudo que, sobre ellas, me gusta hacer el amor.


Con la fragilidad de un pétalo deshojado, mantengo erguido el tallo leñoso y el orgullo de seguir viva, con círculos concéntricos que hablan por mi.

Saludo la mañana y espero, siempre espero, a que me amen de nuevo en el ocaso de mis mejillas, en el blanco de los ojos, en el rojo de mis besos. En ausencias de vergüenzas, en venganza de los miedos.

Espero, siempre espero a que me amen de nuevo, aunque yo (cierto sé) no sepa amar.


MAYTE ALBORES