miércoles, 17 de noviembre de 2010

Declarando la guerra a la fustración, el pecado, y el sometimiento.

Es posible, que a veces, nos sintamos cargados de esperanza por necesidad y no por voluntad.
Será por eso que no se tienen las fuerzas necesarias como para clavar el tacón del zapato e ir dejando huella, o marcar el territorio de una vida propia.

Será, qué el mundo va enloqueciendo a la misma velocidad en que lo hago yo, o como una universalidad del ser en la que se produce un enloquecimiento generalizado para todos, como respuesta a todo lo que no nos gusta, y por medio de  un grito desesperado a modo de un "sálvese quién pueda".

Tal vez, la cigüeña nos dejó caer en este mundo con las fechas alteradas.
Cuando no se es del grupo, porque uno se queda rezagado, o porque se camina un paso por delante del resto, corremos el riesgo de ser vapuleados, condenados al tormento de la incomprensión y la soledad más absoluta.

La mayor tortura para un ser, es sentirse sometido al capricho humano y a la crueldad tan grande que puede llegar a desarrollar el hombre.

Resulta demasiado complicado pensar que alguna vez, todos fuimos niños, que todos pudimos jugar con los cordones de un zapato o pisar descalzos la roca sin hacernos daño, ocupar nuestro tiempo con un simple trozo de papel, hacer volar alguna piedra sobre una charca, buscar formas en el cielo, abrir la mente a mensajes de otro planeta, o correr fulminantes como ratones hasta el centro de un círculo de tiza para no ser cazados por un niño gato (que en ese momento tenía el poder de Bastet).

Pero los días pasan y crecemos con sueños apagados, nos hacemos mayores, y nos embutimos en las formas y el modelo que corresponden a demanda de lo que dicta la sociedad. Los más osados, sin embargo, serán capaces de desafiar las alturas sociales a pesar del vértigo que supone, y declarar la guerra a los esterotipos.

Hoy sé que no seré quemada en la hoguera de Sodoma y Gomorra, y también sé, que no seré yo la que se convierta en sal, pues no tengo interés alguno en que Lot se quede viudo. No quiero que la soberbia alimente el ego, por la contemplación de cómo el sufrimiento es el fruto de un placer que carece de sentidos.

No es difícil perder el cuerpo en un negro rincón, y deshacerse de cualquier vestido, pues el abrigo más grande que tenemos, no es perceptible a nuestros ojos.

Las libertades consisten en purgar nuestra mente "precocinada" y "teledirigida", y dejar que la llamada de la naturaleza, nos devuelva a nuestra casa...

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