viernes, 18 de noviembre de 2011

Un deseo


Ninguna tormenta se espera a pesar de ver el cielo muy negro, por eso dicen que vivir es un desafío (yo digo que esto, sólo nos ocurre a los humanos).

Lo mejor es hacer apuestas por la vida y, en ella, vivir.

Yo no me calzo zapatos en los días de lluvia, ¿cómo podrían, sino, explicar mis pies, el sabor que tiene la lluvia sobre el asfalto o sobre un trozo de campo? Tan extravagantemente vivo la vida, que por sentir, se derrumban las dos columnas que sostienen la gran entrada que lleva a mi.

Desafiar los principios básicos de cómo deben ser las cosas, es más o menos fácil,  pero aún, no sé cómo desafiar cuando soy yo la que sin hacer señales de humo, resbala lágrimas por dentro. Y hoy, ciertamente, que no tengo ganas de hacer el más mínimo esfuerzo, resbalo.

Ayer, intentaba reconducirme al volante del coche y pensaba, que apagar la intensidad de las cosas sobre cualquier banalidad efímera, no es una solución permanente. Y hoy, ciertamente, que no tengo ganas de hacer el más mínimo esfuerzo, lo compruebo.

Huele a tabaco aunque pisemos la colilla.
Huele al último trago, a la última copa en la que dentro dibujé su nombre. Huele al trote y al galope de un tiempo tajante.
Huelo a todos los pasos que di, y a todos los caminos que han sido mi plataforma, pero daría cientos de días de mi vida por volver, por recuperar un sólo minuto del ayer.
Siempre he sido tan boba, que he pensado en mis mayores agonías, que podría incluso resucitar a los muertos.

Y despierto del éxtasis y salgo de ese escondite al que me lleva la luna. Y ya no quiero oler a nada, ser aséptica dentro y fuera de este segundo eterno que me ha tocado vivir.

Duelo tanto que a veces incluso puedo escuchar la carcajada del sol en una noche con amanecer directo (¿dónde se irán los sueños en todas esas camas despiertas, en todas esas sábanas usadas de pañuelo, en ese mundo al revés donde se comienza a vivir cuando se está llegando al final?)

Sólo tengo un deseo: volver a nacer dentro de ti, ser una célula de tu sangre, cosquillearte, abrazarte, respirar-te cuando no tengas fuerzas, darte el calor que el frío te roba, y sobretodo, no enamorarme de nada en concreto y seguir siendo la misma adúltera que se enamora de todo. Así, somos los excéntricos, alta montaña elevada y alzada al horizonte, con despeñadero interno en el que nos vamos desmoronando invisiblemente por la brisa de un copo de nieve.

Así, soy yo.

1 comentario:

RAFAEL MÉRIDA dijo...

Bonita forma de contar los sentimientos pero sobre todo bonita forma de sentir, toda una lección de la filosofía alboriana. Un beso