lunes, 9 de julio de 2012

Querida amiga

Hoy me he levantado con un panal en la cabeza.
Mis rizos parecían un nido para todos los zumbidos enredados dentro y sobre mi.
En estos casos, de días nublados con rayos bien definidos dibujando mis ideas, doy vueltas de campana en el colchón y pateo las sábanas como si fueran sacos de boxeo, que terminan haciendo función de alfombra, luego de vestido romano cuando me levanto enrollándome en ellas como una egipcia en el panteón.

Recuerdo como, antes, cuando la ciencia no era más que ficción, a los enfermos de epilepsia se les consideraba unos endemoniados. Sin embargo, el tiempo nos deja avanzar en nuestros prejuicios, y cuando eso ocurre uno se pregunta que ¿quién podrá restituir el sufrimiento de un rechazado?

Querida amiga, nosotras estamos enfermas de poesía y amor, endemoniadas y tocadas por los dioses profundos de la necesidad, no queremos curarnos de nuestros males porque son nuestros males el único ombligo por donde nos alimentamos.

Una vez me enamoré de un viejo cuervo que iba perdiendo ese espléndido plumaje azabache. Era imposible comprender cómo una sirena que no sabía nadar y que se arrastraba a los pies de las playas podía haberse fijado en ese largo pico, en ese cielo de alas batidas, y yo, siempre supe que difícilmente podría explicar mis coletazos al aire para atrapar las nubes que aquel cuervo besaba a su paso; pero la vida sólo puede comprenderse desde las cosas extraordinarias.

Ahora, en mi cadera, tengo tatuado un cuervo y verás que mi mano no deja de apoyarse en ese, mi hueso preferido. Nadie lo entiende. ¿Acaso entendemos, si queremos hacerlo, el porqué estamos aquí y cómo, de qué modo, a qué se debe...?

Somos absurdos por naturaleza.
Yo, no sé si te entiendo, supongo que caminar descalza me quema igual que te quema a ti, pero, aún sigo disfrutando de ello, y no pregunto nada más: te curo, me curas, reímos despellejadas y lloramos mientras nos vestimos de nuevo.

Después del cuervo, fui cada noche difunta a un acantilado donde tenía conversaciones profundas con el espacio vacío. Y allí, volví a enamorarme de una pequeña roca que siempre, permanecía espléndida en su sitio, enfocada a los cambios de la luna.
Sabes lo que te voy a decir, querida amiga, que tampoco nadie entendió porqué mis visitas fueron cada vez más frecuentes, y yo no buscaba respuestas para nadie, ni siquiera para mi, porque una única cosa sería cierta de todo lo que pudiera decir: me sentía profunda y llena en esa honda necesidad.

Un día, al volver a ese acantilado, aquella piedra ya no estaba. Me percaté que un joven la había cogido y la había estampado haciendo "eses" contra el abrupto paisaje que nos fue testigo. Lloré y grité desgarrando la soledad de la que siempre había sido consciente y el joven, se acercó a prestarme ayuda intentando adivinar a que se debía tanto desconsuelo.

- He "perdido" algo que nunca me perteneció, pero siempre estuvo ahí, a mi lado.
- Vaya, lo siento - contestó él - ¿puedo ayudarte?
- No. Será imposible entre esta inmensidad volver a recuperar la piedra que has tirado.
- Sólo era una piedra.
- Sobre esa piedra se alzaba la luna. Sobre esa piedra lloré y guardaba las lágrimas que depuré en nombre de un amor sellado: me enamoré de un viejo cuervo sin plumaje al que vi cruzar el reino de los cielos. En esa piedra germinó un musgo de invierno y sobre él la flor más pequeña y hermosa que jamás había observado... por eso sé, que el hombre sólo es un hombre y en ocasiones olvida todo y hasta pierde todo valor al lanzar una piedra porque "sólo es una piedra muda y sostén del paso de los ciclos de la vida".

El joven no entendió una sola palabra de lo que dije (tendríamos que leer un millón de veces para desgranar un millón de metáforas). No se esforzó por entenderme, pero hizo lo que le hizo recuperar su grandeza avivando en mi admiración hacia él: me abrazó y secó una a una mis lágrimas, sembrándolas sobre si: "sólo soy un hombre y quisiera ser esa piedra que jamás te abandonó, por eso ahora me impregno de tus lágrimas"


Seguramente, querida amiga, tú y yo en una heladería disfrutaríamos de un helado de diferente sabor ¿acaso importa? lo que importa es que NOS DISFRUTARÍAMOS JUNTAS: siempre juntas.



2 comentarios:

Unknown dijo...

me gusta dejarme enredar entre tus letras, en cada palabra encadenada, sintiéndome sirena...y clavando en una roca los sentimientos más puros...
qué bonito escribes y cómo me llega!!

Un beso, con todo mi cariño y admiración!

Unknown dijo...

Gracias, Laura.
Un beso enorme.